Salvador Novo (1904-1974) escribe una autobiografía titulada “La estatua de sal”, no obstante decide dejarla inconclusa en 1945, prefiriendo no publicarla, persuadido por Carlos Chávez, quien le otorgó la categoría de una labor egoísta. Sin embargo, ¿qué lo llevó a comenzarla?
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Si yo tuviera
tiempo, escribiría
mis memorias en
libros minuciosos;
retratos de
políticos famosos,
gente encumbrada,
sabia y de valía. (Novo 193)
Sin embargo, se dice
también que este intento de plasmar su vida lo genera un instinto de
provocación y trasgresión al orden, ya que su autobiografía no sólo lo retrata
a él, sino también a un grupo ignorado y marginado, que atentaba contra la
(doble) “moral” mexicana que reinó durante el Porfiriato, y cuyos rezagos permanecieron
hasta mediados del siglo xx. Es
así que la homosexualidad se torna un aspecto de suma importancia en la
narración de Salvador Novo, el grupo que se insertaba en estos parámetros era
el retratado por él. Así, Monsiváis presenta, en el prólogo de La estatua de sal, la posible razón que
Novo tuvo para escribir su autobiografía:
En 1945 Novo se sabe, y con
detalle, objeto de burlas y denigraciones, y por eso le ve sentido a su versión
más bien triunfalista de la movilidad y la fijeza homosexuales, de las
recompensas y el castigo que le sobrevienen a quienes interrumpen su ascenso y
se dan vuelta para contemplar, altaneros, el castigo a las ciudades de la
llanura […] la idea de confesarse en público ante un horizonte de lectores
conocidos y desconocidos es en principio vivir ante sí mismo la absoluta
desnudez anímica. (Novo 68)
De este modo, podría tratarse (aunado a
la necesidad de plasmar sus vivencias) de una venganza hacia aquellos que
depreciaron lo que él era y el mundo al que perteneció, un desquite hacia la
sociedad mexicana inquisidora, un método de resistencia para el sobrevivir a esta doble moral. Incluso, Novo confiesa que durante su juventud
ya había tenido esa necesidad de escribir sobre su vida, su excusa fue que
permanecía aburrido, de modo que se distraía escribiendo, no obstante acepta
que se trataba de una confesión:
Yo pasaba las aburridas mañanas
de clases sólo en espera de las divertidas tardes y noches. Por emplear el
tiempo, y todavía persuadido (a pesar de las constantes, caudalosas
comprobaciones en contrario) de la singularidad excepcional de mi carácter,
empecé a escribir una minuciosa y romántica autobiografía novelada que
titularía Yo. […] Xavier sabía de
ella, y le alarmó su crudeza, su sinceridad, la mención de los nombres
auténticos. Y en un acto que años después repetiría (con un dibujo en que Diego
Rivera me había trazado con toda la belleza de mi adolescencia: Xavier lo hizo
desaparecer; con los Sonetos, la colección de cuyos originales sustrajo de un
cajón de mi casa), forzó la cerradura de la gaveta y se llevó mi manuscrito.
[…] Cuando después de una discusión me lo devolvió, destruí aquella primera confesión escrita a los
dieciséis años. (179)
Este
Wilde mexicano no se acomplejó por lo que fue y, aunque su vida retratada por
él mismo tiene un deje de megalomanía, no deja de ser una apertura a espacios
que fueron silenciados en esa época; cuya aparición vislumbra lo provechoso que
fue para algunos personajes el haberse encontrado en circunstancias que
ampliaron el horizonte de la literatura.
Bibliografía
Novo, Salvador. La
estatua de sal. México: Fondo de Cultura Económica, 2008.
Pozuelo Yvancos, José María. De la Autobiografía: Teoría y estilos. España: Editorial Crítica,
2006.
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